Cada persona, ante el estrés que sufre en momentos puntuales de su vida, trata de adaptarse de la mejor forma posible. Sin embargo, a veces estas adaptaciones no funcionan. Fueron útiles en un primer ambiente o contexto, pero dejan de tener sentido en otro diferente. Es entonces cuando pueden surgir diversos problemas psicológicos.

Como ejemplos, se encuentra el niño que tuvo que cuidar de sus padres hasta el último momento y que sufre cuando sus hijos abandonan el núcleo familiar, porque ya no hay rol de cuidador que mantener, ya no hay sentido del yo. O la niña que tuvo que esconder sus necesidades y reprimirlas ante un padre exigente y rígido. En un futuro, esta niña como adulta puede repetir la historia de sumisión ante el otro con sus respectivas parejas adaptándose de la misma forma, desde la evitación (por ejemplo, se calla y no sabe qué hacer con su enfado) cuando hay conflicto. Como consecuencia, ambas personas podrían desarrollar diferentes problemas psicológicos (ansiedad, depresión, dependencia emocional, trastornos de personalidad…) debido a la inadaptación a un contexto diferente del que tuvieron, en el que esas estrategias que utilizaron ya no son útiles. El niño adulto ya no tiene que cuidar y autoexigirse para conseguir todas sus metas laborales y la niña adulta ya puede defenderse, conectarse con sus necesidades y expresarlas.

El origen de dichos problemas es bastante complejo, ya que existen varias causas actualmente. La teoría del apego (como nos relacionamos con los demás), basada en los primeros contactos que se establecen con nuestros padres, establece que, si no existe un apego seguro procurado por los mismos, el niño desarrolla una serie de pensamientos sobre el mundo y sobre sí mismo (miedo a afrontar el mundo solo, miedo al rechazo y al abandono, dificultades en la regulación emocional…) que pueden desembocar en los problemas psicológicos mencionados más arriba.

En segundo lugar, las experiencias traumáticas (dolorosas) juegan un papel notable en el despliegue de los síntomas de ansiedad, depresión, fobias… Algunos de ellos tienen que ver, en un sentido muy grave, con el maltrato físico y psicológico, otros con la negligencia (desatención de las necesidades básicas del niño físicas y emocionales), otros con el abuso sexual… Pero también con otros eventos que ocurren en muchos entornos de forma repetitiva y que pasan desapercibidos (asociados a problemas psicológicos más leves como ansiedad y tristeza, falta de concentración y apetito, apatía, elevada autoexigencia y frustración cuando no alcanzamos nuestras metas…): falta de reconocimiento incondicional de los padres hacia los hijos, miradas y/o gestos de desprecio o desaprobación, no verbalizar y afrontar los conflictos si no evitarlos, no hablar de las emociones, no valorar a los niños por cómo son si no por lo que hacen (sacar buenas notas, cuidar al otro…) o por lo guapos/as qué son vinculando su autoestima a lo físico, la ropa, el pelo o el cuerpo, mostrar siempre una sonrisa pase lo que pase a costa de deshacernos de nuestra parte sensible y no saber regularla, mostrar un alto nivel de expresión emocional transmitiendo a nuestros hijos la inseguridad propia de un entorno incontrolable con un alto contenido emocional, la rigidez (“tienes que cuidar, tienes que se sacar las mejores notas, debes ser bueno y callarte, no puedes enfadarte…”), la sobreprotección por los miedos que se tienen a que le pase algo a nuestros hijos y les dejamos sin recursos (con mucha inseguridad) para poder afrontar los conflictos en el mundo, o incluso si les sobreprotegemos podemos tender a que no entiendan donde está el límite y de esta forma desarrollen poca tolerancia a la frustración desembocando esto en rabietas, enfados que terminan en aislamiento del entorno o conductas de venganza o egoísmo, etc.

En tercer lugar, el estrés en la escuela parece ser importante. El acoso escolar produce en los niños un impacto tan fuerte en su mente que, el niño adopta pensamientos de los otros relacionados con la desconfianza y el abandono que le provocarán dificultades en las relaciones con los demás (dependencia emocional, ira hacia el otro porque piensa que le van a hacer daño, tristeza y aislamiento…).

Dada la variabilidad de problemas psicológicos en cada persona, sería ideal que pudieran utilizarse diferentes enfoques psicológicos en un mismo proceso terapéutico que se adecuaran de la mejor forma posible a persona y su dificultad, ya sea ansiedad, depresión, fobias, dependencia emocional, elevada autoexigencia, necesidad extrema de cuidar a los otros…

Por tanto, es imprescindible contemplar un modelo de psicología integradora que esté abierto a todas las técnicas psicológicas que científicamente han demostrado su utilidad, valorando entre algunos ejemplos la relajación, la meditación o Mindfulness, la visualización, la hipnosis, la programación neurolingüística…; y otras técnicas procedentes de las cuatro principales ramas de la psicología: las técnicas gestálticas, psicodinámicas, sistémicas, cognitivo-conductuales…